viernes, 6 de febrero de 2009

La Despedida


La víspera de la partida hacia lo desconocido era de despedidas, de amigos y familiares y por supuesto la noche en vela, era difícil de conciliar el sueño, la hora de partir se acercaba. El viaje empezaba muy temprano. La salida fue puntual casi al filo de la madrugada y cuando la claridad del día se abría paso, me encontré camino al Aeropuerto para abordar el avión que me llevaría a los Estados Unidos, concretamente a Santa María en el Estado de California, lugar donde me dirigía lleno de ilusiones, con el propósito de hacer un año escolar, es decir, un año de intercambio estudiantil.



Al salir de casa y tomar la Calle 5a. observé los samanes y otros árboles que se dispersaban a lo largo de la vía, altivos, robustos, firmes y con una postura de respeto como quien dice para despedirme, pues parecía que supieran que me marchaba. Estos árboles quedaron grabados en mi mente como una estampa y así los recordé durante un año hasta que regresé aquella noche del día 13 de junio.



Llegue al Aeropuerto para efectuar el check in con tres horas antes. Presente la documentación la cual estaba completa y el equipaje formado por dos maletas grandes y una pequeña de mano. La espera para el chequeo fue larga. Los minutos que me quedaron para compartir con mis padres y mi hermano fueron cortos. Recordé escenas antiguas con ellos y me olvide del viaje y de todo. Por un momento pensé que estaba ahí solo por un instante y que pronto mis padres tomarían la decisión de apurarnos y regresar a casa.



De pronto escuche el llamado para presentarse en emigración. Tuve miedo estaba asustado, apuré el paso y de golpe sentí que no reconocía nada de lo que había ahí. Llegué a una puerta grande que separa de emigración, sentí inmediatamente el abrazo de despedida de mis padres y de mi hermano y algunas recomendaciones. Todo fue tan rápido, angustiado por la separación no tuve tiempo de pronunciar ni una sola palabra, y casi empujado por los guardas de seguridad, di media vuelta y entre por esa puerta. Pare un instante, quería ver de nuevo a mi familia, pero no fue posible, pues la puerta se cerró inmediatamente, ya que yo era uno de los últimos por pasar.


Mágicamente me encontré volando con destino a los Estados Unidos. Me deje llevar por el aire fresco del avión, trate de olvidar el temor padecido, sabía que pronto estaría en un avión de regreso a casa. La ida era por un año, iba a un lugar desconocido, con una familia nueva, con un idioma que no dominaba, con una escuela y unos alumnos desconocidos y sin ningún amigo. Pero tenía el convencimiento firme de que el triunfo y la prosperidad que buscaba llegarían, y así fue, lo pude sentir claro está contando con suerte, la cual tuve, porque di con una familia americana fabulosa y una gran escuela que me acogió favorablemente.